domingo, 20 de septiembre de 2009

HISTORIA DE UNA VIDA EJEMPLAR

“Ofrezco mi ayuda a quien la precise”

Le presentamos  la formidable historia de Gloria Favole, una valiente mujer que aprovecha al máximo “la vida prestada” que le fue confiada. Por decisión propia decidió mudarse a un hogar para adultos mayores  y dedicar su tiempo a aquellos que más lo necesitan. “La edad no es un inconveniente para mí.”




En una hermosa tarde de sábado  primaveral el perfume de las flores del jardín, el canto de los pájaros que se hallaban en las ramas de los altos árboles y el clima espléndido formaron parte del escenario en el  Hogar Padre Lamónaca,  en donde Alma Joven platicaba  con la protagonista de esta conmovedora historia. 
El cálido saludo de jóvenes de la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús (Capuchinos), que fueron de visita al hogar, como lo hacen cada fin de semana, sembró alegría en los corazones de todos los residentes de  allí.

El viaje comienza

Gloria, una amable y vigorosa mujer de 75 años, vino viajando en el vientre de su madre desde “Piemonte”, Italia. Su padre no pudo venir en el mismo barco, pero por gracia del destino llegó 22 días antes de su nacimiento, que fue en  Hernando, provincia de Córdoba, “la
tierra del maní” y en donde vivió su
niñez y parte de su adolescencia, junto a sus padres, abuelos y su hermano. Con  un halo de tristeza comentó que ha olvidado el piamontés debido a que en su casa se lo hablaba por insistencia de sus padres y abuelos, quienes hoy ya no están presentes.
 Su padre falleció cuando ella tenía siete años. Pasado un tiempo,  su madre volvió a casarse, y apareció otro hermanito.

Cuando Gloria empezó a dar sus primeros pasitos, según su nona, no caminaba bien. “Como era gordita, pensaban que era debido a eso.”  El tiempo pasó y “seguía rengueando”,  hasta que un médico le dijo que ello se debía a que “la nena tenía el fémur fuera de lugar; y eso es de nacimiento. Antes no era como ahora que revisan a los chicos apenas nacen.” Años atrás “si pegaba el grito estaba bien.”

Y así fue que durante las largas caminatas que realizó con su madre por las calles pueblerinas, se hicieron inevitables las comparaciones con “las demás niñas que caminaban bien...”. Aunque le pusieron platino, no fue suficiente, ya que el fémur había desgastado de tal manera el otro hueso que el camino más viable era una intervención quirúrgica, a la cual su madre se oponía por temor. “Recuerdo que mamá me consolaba diciéndome: ‘hija no te quejes, mira que detrás de ti siempre habrá alguien que se encuentre peor que vos’,y yo me daba vuelta, y al no ver a nadie, le contestaba: ‘pero mami, no viene nadie detrás de mi’. Con el tiempo comprendí lo que me trataba de hacer ver y es que si bien  rengueaba, al menos podía caminar.  Mientras  otros  estaban sin caminar, en sillas de ruedas o dependiendo de  muletas.”


Raíces escondidas
Con su exclamación “soy alérgica al pelo de gato”, los recuerdos se volvieron difusos por un instante,  pero con ayuda de un joven, los felinos de varios colores se alejaron, decepcionados de no haber recibido la cuota de alimento que les dan algunas señoras durante la merienda. 
Seguidamente, Gloria nos embarcó nuevamente en su historia.
En el buceo de sus memorias, no puede faltar  el origen de la claustrofobia severa que padece. “Fue  en Hernando, en casa de mis abuelos. Yo tenía ocho años y estábamos jugando a las escondidas con mi hermano y mis amigos. A mí siempre me tocaba contar porque era la primera a la que libraban, cosa que no me gustaba.” Para evitar nuevamente esa rutina en el juego, Gloria recuerda que decidió esconderse en un lugar donde no la encontraran tan fácilmente y el sótano parecía ser el indicado. “Cuando entré se me salió el gancho que no permitía que la puerta se trabara y me quedé encerrada! Pasaron cuatro horas, no me encontraban y yo desesperada lloraba”, relata. Para colmo, sólo había una pequeña ventanita, porque en ese sitio hacían y guardaban los chorizos, así que debía ser bastante fresco y oscuro. “Recuerdo que todos me buscaron. Mi nono estaba muy afligido, yo era su locura porque  tenía cuatro nietos varones y yo la única nena”. Ella no olvidará jamás que el nono iba de un lado a otro exclamando “¿Dónde estará la bella bambina? ¿Qué le habremos hecho para que se vaya?”. Y de hecho fue él quien la rescató; pues en cuanto la pequeña traviesa escuchó que alguien entró a la pieza donde estaba la puerta para ingresar al sótano, comenzó a gritar. Entonces, fue que el abuelo vio la puerta sin el gancho y dedujo que Gloria estaba dentro. A causa de ello, actualmente es claustrofóbica. “En mi pieza siempre tengo que tener la ventana un poquito  abierta”, afirma.
“Hace unos años recuerdo que fui al hospital para hacerme unos controles. Mientras  el médico acomodaba unos papeles comencé a descompensarme; a causa de que en la habitación sólo había una pequeña ventana y estaba cerrada porque hacía frío, así que me trasladaron a otra sala con ventanas más grandes”, relata.

- ¿Cómo surgió la propuesta  de venir a vivir a un hogar para adultos mayores?
- A los 61 años  tuve una  neurisma. Estuve en estado de coma leve, muy mal. Hasta me dieron la unción porque pensaban que me iba. Pero heme aquí, el Señor me prestó unos años más y creo que debo aprovecharlos ayudando a los que más lo necesiten. Realmente no me caben dudas de que estoy aquí porque Dios me prestó unos años más de vida.  
Yo vivía con mi hermano y mi cuñada, la única familia que tengo.  Pero mi cuñada tiene  que cuidar  a su padre de 90 años y, sinceramente, como yo estaba operada no quería serles una carga. Así que hablé con ellos y les expresé mi deseo de irme a vivir a un hogar. Ellos me comprendieron, así que me apoyaron. 
Me hice los estudios que me exigían para poder ingresar, pero la edad era mi inconveniente, pues tenía 61 años en ese momento y lo mínimo eran 65. De todas maneras, por medio de contactos pude ingresar sin ningún inconveniente.
La verdad es que aquí estoy como vital, porque siempre estoy en constante movimiento. A veces estoy tan ocupada que no sé lo que pasa al lado mío.  Los sábados estoy con el grupo de voluntarias que vienen de visita. Además, participo desde hace cuatro años en una campaña de tejido, en la cual hago saquitos para niños del Hospital Infantil de Alta Córdoba y del Misericordia con lana donada. En total, ya he tejido 400.
Quizás por eso mi  relación con los hombres sea mejor y más dinámica respecto a las mujeres aquí. Por lo general, ellos están en mayor actividad.


“A veces estoy tan ocupada que no sé lo que pasa al lado mío.”

La edad no es un inconveniente para mí, porque estoy acostumbrada a moverme sola. Tiendo mi cama, lavo mi ropa, hago las compras, voy a cobrar, a visitar a mi hermano o incluso, a vacacionar con él y su esposa.  Cuando estaba recién operada no necesitaba de una enfermera para bañarme, si era necesario ponía una silla. Pero nunca me gustó depender de otra persona. 


Manteniendo tradiciones

"Y por supuesto sigo conservando algunas costumbres. Por ejemplo cuando hacen polenta, como buena gringa, me gusta el queso, así  que compro una pequeña cantidad , lo trozo en pedacitos y lo pongo en el fondo del plato para que luego me sirvan la polenta y se derrita.
Esto me recuerda a una vez cuando era pequeña, tenía quince años, y mis padres dijeron que no iban a cenar porque estaban muy cansados. Entonces, sólo tomaron un tecito. Era para dejarnos un poquito más de comer a nosotros que estábamos creciendo les escuché decir más tarde en su pieza.  Yo vengo de una familia muy humilde y, sin embargo, gracias a Dios aquí no me falta nada."


-¿Cómo es un día normal para usted?
- Bueno, me levanto a las seis y, mientras tomo unos mates, escucho un poco de radio. Ordeno mi habitación, me baño y hago muchas actividades. Lavo mi ropa, hago las compras, tejo ropita para bebés, y así se pasa la mañana. Suelo dormir un ratito de siesta, más que nada para descansar el cuerpo. Y por la tarde, por lo pronto tejo para los niños, y si no colaboro en lo que sea necesario. Ofrezco mi ayuda a quien la precise.

Por Gisela Trento

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